sábado, 9 de octubre de 2010

Ser padres, una misión amorosa

Ser padres es, metafóricamente, dejar de ser "hijos" y encontrar en esta nueva función un espacio para dar el sentimiento de amor auténtico y propicio en pos de una bienvenida al mundo de este ser en miniatura. Ser padres configura un universo particular en cada uno, indescriptible, una experiencia que deja una marca indeleble y conmovedora en la mayoría de los seres humanos. Convertirnos en padres nos introduce en el terreno del misterio y en el clima del milagro de dar vida. Ser padres implica un CONCEPTO.

La concepción (palabra que deriva de "concepto") de un hijo se anticipa ni bien se comienza a imaginar su presencia: la subjetividad del niño dada por los otros, comienza a tomar cuerpo. Ya sea un hijo deseado, de un embarazo complicado, producto del deseo de adoptar, de fecundación in vitro, etc. se lo piensa intensamente y con mucha antelación de manera conceptual: ¿cuál será su género, su apariencia, a quién se va a parecer, qué nombre le pondremos, qué que va a ser cuando grande? En este clima expectante, la fantasía y la imagen le van moldeando una pre- identidad. Más allá de lo real en todo su esplendor que significa ver crecer la panza de la madre y experimentar los primeros movimientos y las patadas fuertes mientras va creciendo, el cuerpo de ambos padres registra todo el proceso del embarazo, no sin angustia y desconcierto pero también con mucha expectativa y alegría. No son raros los síntomas en ambos, tanto físicos (malestares inespecíficos, alergias, gastritis, insomnio, problemas de piel) así como los cambios abruptos de humor, los miedos y la incertidumbre acerca de desempeñarse adecuadamente en la nueva función.

"Quiero a un hijo cuando respeto sus sentimientos y necesidades aún antes de su nacimiento e intento atender a esas necesidades y derechos en la medida de todo lo posible. No quiero a un hijo cuando no lo trato como persona con mis mismos derechos sino como un objeto que tiene que ser corregido". Estas son palabras de Alice Miller – prestigiosa psicoanalista y filósofa - que ilustran con simpleza la respuesta a lo que los padres deberían preguntarse: ¿Cómo quererlo bien?

A pesar de que lo más significativo de esta época que vivimos implica cierto congelamiento emocional y la caída de la autoridad paterna tradicional, los embarazos continúan floreciendo en este contexto de cambios veloces como los rayos. Sería conveniente no dramatizar sobre lo que pasa y en lugar de evadirnos del problema y protestar porque "antes" era distinto, es aconsejable aprender sobre estas nuevas posiciones de padres y madres que se dan hoy en día y reflexionar y debatir con tiempo y tranquilidad. Escuchándonos atentamente y haciendo de esta escucha un aliado indispensable para alejar la ansiedad.

El psicoanálisis convencional ha construido categorías bastante monolíticas con respecto a la función paterna instalándola como la introducción tradicional del orden simbólico – la ley y los límites - para facilitar la creación de lazos sociales posteriores, separando al niño de la madre y permitiéndole su salida a la sociedad y a su cultura.

Reconocemos en esta nueva época un acuñamiento diferente en la constitución del niño con una sutil y menor identificación a las figuras parentales. El proyecto moderno ha entrado en crisis y han perdido sostén las instituciones: estado, familia, iglesia, escuela. El impacto de la cultura posmoderna y su fragmentación y globalización han ido imponiendo una pérdida de sentido de la historia personal, familiar y social, del pasado, y de las instituciones sociales y simbólicas sobre las que hemos descansado por varios siglos.

Puede sorprendernos que algunos sociólogos no se hayan dado cuenta todavía de que en la relación primitiva de la madre con el hijo les sería posible examinar el desarrollo de las relaciones sociales in statu nascendi. Lo dijo hace muchísimos años el doctor René Spitz, un investigador riguroso acerca de los primeros años de la vida del niño. Él hizo una descripción exhaustiva del "marasmo" infantil, un estado psicótico experimentado por los pequeños bebés hospitalizados sin la presencia de la madre. Atendidos en las necesidades biológicas a la perfección, pero privados del afecto u amor que los pudiese reconocer como futuros seres humanos.

Él explica con simpleza como en esta transición de lo fisiológico a lo psicológico que efectúa el niño desde el útero, las relaciones son de completo parasitismo y luego de una simbiosis con la mamá que dará lugar muy lentamente a la relación con otros objetos. En ninguna parte de la sociología se da una asimetría tan grande entre dos seres tan íntimamente ligados. George Simmel ha estudiado la díada, el acuñó ese nombre, diciendo que es ahí donde pude encontrarse el germen de todo desarrollo posterior de las relaciones sociales.

En el caso de los adultos, el medio está constituido por factores, grupos, individuos que influyen sobre la personalidad organizada de los mayores e interactúan con ella. Para el recién nacido el medio está compuesto de un solo individuo: madre o sustituto. El niño no lo percibe por separado, forma parte de sus necesidades y de su satisfacción: es un sistema cerrado.

Recién en el segundo mes el lactante manifiesta un interés exclusivo por el rostro humano. Contesta con sonrisa y es la primera manifestación activa, un resplandor débil del pasaje de la pasividad a la actividad.

Carmen Iriondo, Lic. En Psicología, autora del libro Memorias de una niña rehén.

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