martes, 25 de enero de 2011

Porque te quiero te toco, te abrazo, te mimo

A contramano de viejas teorías que veían un riesgo de malcrianza hasta en un rato de upa, las nuevas corrientes recomiendan entregar el cuerpo a la etapa del niño en brazos y no escatimar besos, abrazos y mimos a los hijos cada vez que lo demanden. Es, aseguran, un placer de dos y una nutrición tan fundamental como la misma alimentación.

Apoyada en las necesidades y urgencias de la vida actual, toda una corriente de la medicina ha insistido en "los peligros" de mimar, consentir o cobijar "demasiado" a los hijos. "Se va a mal acostumbrar", "te va a tomar el tiempo", "lo convertirás en un malcriado"... Son algunas de las frases que pediatras, abuelos y demás repitieron durante años, "consejos" que las nuevas miradas sobre la nfancia invitan a cuestionar. "No hay exceso alguno en la cantidad de upa y en la cantidad de mimos que uno puede entregar al hijo desde que nace", propone Laura Gutman, terapeuta y escritora, especializada en temas de crianza.

"Cuando el bebé nace espera encontrarse con la misma experiencia cálida y contenedora que vivió en el vientre materno. Cuando los padres no estamos dispuestos a acunarlos, tendremos que preguntarnos por qué tenemos tan poca disponibilidad y por qué entramos en guerra contra las necesidades genuinas de los niños pequeños. En todos los casos, el problema es nuestro, no de ellos", afirma.

Es notoria la tranquilidad y la placidez que evidencia un bebé cuando su mamá lo pone contra su piel... Es un placer degustado en la propia panza al que ningún ser humano debería renunciar. El "upa", aconsejan especialistas en FUNDALAM, "debe interpretarse como una expresión de amor necesaria". Hace que el niño se siente "comunicado, confortado, comprendido, contenido y unido a sus padres", afirman.

Las nuevas teorías en torno a la crianza hacen eje en lo que llaman "apego": el lazo emocional que desarrolla el niño con sus padres (o cuidadores) y que le proporciona la seguridad psicoemocional indispensable para que pueda desarrollar de sus habilidades psicológicas, intelectuales y sociales. El buen apego logra que el niño se sienta aceptado incondicionalmente y, por lo tanto, protegido.

El bebé nace con un repertorio de conductas que tienen como finalidad producir respuestas en los padres: la succión, las sonrisas reflejas, el balbuceo y el llanto no son más que estrategias o recursos del bebé para vincularse con sus papás. Por eso es importante que sus demandas sean atendidas con alegría y entrega: si el bebé percibe que sus padres están disponibles para satisfacer sus necesidades se sentirá seguro.

"Toda cría de mamífero necesita la seguridad que le suministra el cuerpo materno. El mamífero humano también -explica Laura Gutman--. Pero si el cuerpo no está disponible, el niño será expulsado al vacío emocional. Es decir, si el niño vive dentro del amor y el apego con la madre, captará al mundo como amoroso; pero si experimenta el vacío, entenderá al mundo como un lugar hostil del que hay que defenderse. En el futuro la ciencia "descubrirá" que para un bebe no hay nada mejor que una madre...cosa que la humanidad lo viene sabiendo y reprimiendo desde hace siglos".

Sigue Gutman: "Cuando algún "genio", hombre, científico, y originario de algún país central "publique" las conclusiones basado en miles de casos estudiados, afirmando que los niños que permanecen pegados a los cuerpos de sus madres son libres, entonces las madres lo tomaremos en cuenta. Sepamos ya mismo, llevándonos las manos al corazón, que cuando el cuerpo del niño pequeño está apasionadamente adherido al cuerpo materno, se sabe nutrido, por lo tanto, completo".

Cualquiera sea su edad, abrazar a un hijo, besarlo, estimula el vínculo afectivo con él, refuerza su autoestima y favorece su desarrollo psicoemocional. Si tiene ganas de llenar de mimos y cuidados a su hijo hágalo. Siga su instinto. El presuntuoso intelecto ha demostrado estar pobremente equipado para adivinar las necesidades de un niño. Escuche con el corazón y responda. Es difícil que salga mal.

Fuente: Entre mujeres.com
Georgina Elustondo
gelustondo@clarin.com

Miedos infantiles: cómo ayudar a los chicos

Los miedos infantiles son las emociones que expresan los niños cuando sienten que enfrentan una situación peligrosa ya sea real o imaginaria. Dependiendo de la edad de los niños, pueden manifestar temor a aquello que les resulta desconocido o extraño, sin importar si conlleva o no un peligro real.

Cada etapa de la vida puede verse invadida por algunos miedos, los más comunes que se presentan durante la infancia son: miedo a estar solos, temor a la oscuridad, miedo a las personas extrañas, a ruidos fuertes, a la muerte, a ciertos animales, a la lluvia y en la mayoría de los casos también a las tormentas, a fantasmas, monstruos, brujas, etc. Ya sean estímulos reales o imaginarios, los niños pueden ser afectados por estos sentimientos debido a que están cargados de cierta intensidad produciendo una sensación de temor.

La mayoría de los miedos van evolucionando de manera gradual durante el transcurso de la vida, lo cual es saludable para la vida de cada niño debido a que ofrecen la oportunidad de brindar las herramientas necesarias para enfrentar diferentes situaciones de la cotidianeidad.

Por otra parte, existen algunos miedos que pueden transformarse en patológicos y es lo se denomina "fobias", cuando tienen una carga excesiva emocional e imposibilitar el normal desarrollo de la vida diaria del niño, ya que constituyen una fuente de sufrimiento constante. En estos casos, si estos miedos aumentan en intensidad y se prolongan en el tiempo, es necesario consultar con un especialista.

Algunos miedos típicos:

Miedo a la oscuridad: Es una emoción completamente normal cuando los niños son pequeños. Esto se debe a que tienen un mundo imaginario y fantaseado muy grande: temen que los monstruos, fantasmas, extraterrestres, brujas, duendes, o cualquier figura imaginaria que ellos crean puedan aparecerse cuando la luz se apaga. En algunos casos también un cambio intenso en sus vidas como una mudanza o la separación de sus padres, puede llevar a que aparezca este temor.

Es necesario que sepamos también que este miedo está relacionado con lo que implica el desapego de los padres a la hora de dormir, es un aprendizaje el poder dormir solos, entonces tenemos que acompañar y ayudar a nuestros hijos a que este temor ceda.

Lluvias y tormentas: cuando son más pequeños los niños temen las lluvias o tormentas debido al ruido que hacen y al desconocimiento de por qué se producen. Es necesario que los padres estén cerca, los abracen, les hablen y expliquen que no hay por qué temer. Esto también suele suceder cuando suena un timbre.

Miedo a los perros: alrededor de los 2-3 años suele aparecer este temor. Es muy positivo que el niño vea que los padres no le temen a los perros y que los acarician y hablan sin temor alguno.

Miedo a la soledad: este temor aparece tempranamente y tiene que ver con el proceso que implica la separación física con los padres. Para que este temor evolucione de manera gradual es necesario que el niño tenga internalizada las figuras parentales que le otorgan seguridad y tranquilidad para consigo mismo y el entorno.

Miedo a caerse: cuando son pequeños, y recién comienzan a aprender a caminar aparece en los niños este temor a caerse. Lo importante es que los padres le den la mano, estén cerca y los alienten a intentar caminar sin temor a la caída.

Sugerencias para los padres:

Comunicación: esta es la herramienta principal para erradicar los miedos. Es necesario que los padres logren una buena comunicación al respecto y dejar que el niño exprese libremente sus temores o miedos.

Contención: los padres deben ser los contenedores y sostenedores de los niños en estas situaciones de miedos. El sostén que les brinda seguridad y confianza en sí mismos para disminuir estos temores son los padres. Por ejemplo, si los niños tienen miedos de algunos animales, los padres pueden acompañarlos –de la mano, si fuera necesario- a ver esos animales y mostrarles que no hay motivo para temerles. La presencia de los padres otorga coraje al niño y seguridad en ese contexto temeroso.

Acompañamiento: es muy beneficioso que los niños se sientan acompañados por sus padres cuando sienten miedos o temores, que sientan que no están solos y que pueden compartir sus sentimientos con los adultos responsables de ellos. Sería bueno poder compartir con los niños los temores que los adultos tenían durante su infancia y el modo en que lo fue superando, así el niño evitará la vergüenza y podrá saber que sus miedos se superan tal como les sucedió a sus padres.

Juego: otra herramienta muy eficaz es utilizar el juego para ir hablando acerca de sus temores, y representarlos a través de lo lúdico. Por ejemplo si un niño tiene temor a la oscuridad, se puede jugar durante el día a que es de noche y mostrarle al niño que nada malo sucede en la oscuridad.

Es importante recordar que la presencia de los padres es lo que a los niños les transmite confianza y seguridad en las distintas situaciones que viven. Las funciones paternales justamente deben desarrollarse en pos de otorgar al niño tranquilidad, confianza y seguridad tanto para sí mismo como para su entorno, utilizando algunas herramientas como la comunicación, la contención, el cariño y el juego. La paciencia de los padres es la mejor herramienta para utilizar en este período de miedos infantiles.

Lic. Rosina Duarte. Psicóloga Infanto-Juvenil, Coordinadora del Primer Programa Argentino de Formación en Primera Infancia y Crianza